Los espacios que habitamos.
La historia de la Comunidad Palabra y Vida no se cuenta solo en años, sino en los ecos de las paredes que nos han albergado. Cada casa, cada espacio prestado o alquilado, no fue un simple techo; fue una estación, un altar donde la Palabra echó raíces y la Vida floreció.
Fuimos, en cierto modo, como aquel pueblo de Israel que, peregrinando por el desierto, construían sus chozas temporales. No se aferraban a ellas, sabían que eran refugios provisionales en la ruta hacia una promesa mayor: la Tierra que fluía leche y miel. En cada choza, el pueblo celebraba la presencia y providencia de Dios en su camino, sin confundir el refugio con el destino.
Así, nuestra comunidad ha pasado por varias «chozas», cada una dejando una marca, un aprendizaje, una bendición. Lugares que nos enseñaron la humildad, la dependencia mutua y la certeza de que lo esencial no es la estructura, sino el espíritu que habita en ella.
Y hoy, al mirar este nuevo lugar, este hogar que podemos llamar nuestro, entendemos su verdadero significado. Tener casa propia no es la meta final de nuestra misión. No es el destino que detiene la marcha.
Es, en cambio, la prueba tangible de la fidelidad, el cumplimiento de un anhelo profundamente humano y espiritual: ver un sueño hecho realidad. Un cimiento firme donde podemos, con mayor fuerza y gratitud, seguir anunciando la Palabra y construyendo la Vida, sabiendo que nuestra morada definitiva está mucho más allá de las paredes.
